miércoles, 30 de agosto de 2017

Biografía del Chef Pastelero Alejandro Montes




Alejandro Montes  nacé en Langreo, Asturias en 1984, y es el ejemplo vivo del chef pastelero que respira dedicación por todos los poros de su piel.
A los catorce años,  quería ser periodista. O arqueólogo, pero también le gustaba mucho el arte, la gastronomía, las manualidades… y, entre tanto maremagnum de gustos, cómo iba a faltar la cocina. Sin embargo, el estómago venció al instinto de la pluma y cambió su afán por ser un reportero dicharachero por el de chef repostero con tartaletas y croissants esponjosos con cubiertas crujientes guardados en la manga de la chaquetilla. 

Finalizó sus estudios y con apenas 18 años dejó su casa con dirección a Barcelona con un firme propósito: hacerse chef pastelero. En ese recorrido y tras pasar por muchos obradores, comprendió lo que significaba la profesión: trabajo duro y arte efímero. Su instinto inconformista le hizo ganar certámenes como Título de Mejor Pastelero Joven de España (CANJOP) en 2006; Mejor Pastelero Chocolate de España en el Trofeu Lluis Santapau (MMACE) en 200; y Medalla de Oro en el campeonato nacional de postres de Francia en 2010. Es justo alli, Francia, el país que el maestro pastelero toma de referencia y de donde recupera el buen hacer de la profesión, y sobre todo, la tradición de la merienda: uno de los principios que ha recogido y transportado a su concepto de alta pastelería que se puede saborear en cada una de las pastelerías Mama Framboise que se encuentran en Madrid (Fernando VI / Goya, 5).  

 

 «Mi filosofía en cuanto a este tema es que me gusta alcanzar o, al menos esa es mi intención, ‘la excelencia de la sencillez’. Tengo un espíritu ‘restaurador’, me encanta adoptar clásicos y renovarlos, principalmente en técnicas o texturas pero respetando la línea de sabor al máximo. Un pastel de limón tiene que saber a limón natural, con mucho perfume, un punto de acidez y dos o tres texturas del mismo limón, por ejemplo. También es uno de mis objetivos primordiales la estética del pastel: renovar su formato, que tengan un toque clásico con un punto de modernidad, contemporáneo, que sea apetecible, sutil a la vista y que, el comensal cuando lo vea, entienda que es lo que se va a comer», afirma Alejandro. Y él lo ha conseguido; ha recuperado esos sabores naturales. Aromas que inundaban su olfato cuando a los cuatro años sus padres lo dejaban en la pastelería de unos amigos hasta que lo recogían para llevarlo al colegio. Tal vez serían los aromas o la harina o los olores procedentes del horno pero algo de esas visitas extraescolares se le contagió y quedó grabado en su interior.

Los colores blancos, cremas, tostados y marfiles combinan con los detalles de color proporcionados por sus vistosos y coloridos macarons, tartaletas, grignotines y demás mignardises.




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