Alejandro Montes nacé en Langreo, Asturias en 1984, y es el ejemplo vivo del chef pastelero que respira dedicación por todos los poros de su piel.
A los catorce años, quería ser periodista. O arqueólogo, pero también le gustaba mucho el arte, la gastronomía, las manualidades… y, entre tanto maremagnum de gustos, cómo iba a faltar la cocina. Sin embargo, el estómago venció al instinto de la pluma y cambió su afán por ser un reportero dicharachero por el de chef repostero con tartaletas y croissants esponjosos con cubiertas crujientes guardados en la manga de la chaquetilla.
Finalizó sus estudios y con apenas 18 años dejó su casa con dirección a Barcelona con un firme propósito: hacerse chef pastelero. En ese recorrido y tras pasar por muchos obradores, comprendió lo que significaba la profesión: trabajo duro y arte efímero. Su instinto inconformista le hizo ganar certámenes como Título de Mejor Pastelero Joven de España (CANJOP) en 2006; Mejor Pastelero Chocolate de España en el Trofeu Lluis Santapau (MMACE) en 200; y Medalla de Oro en el campeonato nacional de postres de Francia en 2010. Es justo alli, Francia, el país que el maestro pastelero toma de referencia y de donde recupera el buen hacer de la profesión, y sobre todo, la tradición de la merienda: uno de los principios que ha recogido y transportado a su concepto de alta pastelería que se puede saborear en cada una de las pastelerías Mama Framboise que se encuentran en Madrid (Fernando VI / Goya, 5).
Los colores blancos, cremas, tostados y marfiles combinan con los detalles de color proporcionados por sus vistosos y coloridos macarons, tartaletas, grignotines y demás mignardises.